lunes, 22 de febrero de 2010

Lamento a Dios por Haití

Lamento a Dios por Haití
2010-01-29
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Hay un viacrucis de sufrimiento con estaciones que nunca terminan en el pequeño y pobre país de Haití. Sufrimiento en el cuerpo, en el alma, en el corazón, en la mente asaltada por fantasmas de pánico y de muerte. También hay mucho sufrimiento en todos los seres humanos que no han perdido el sentido mínimo de humanidad y de solidaridad. De esta compasión universal nace una misteriosa comunidad que anula las diferencias, las religiones, las ideologías que antes nos separaban y nos dividían. Ahora sólo cuenta la común humanitas absurdamente maltratada, que debe ser socorrida.

Con cada haitiano que sufre bajo los escombros o que muere de sed y de hambre, también nosotros morimos un poco con él. A fin de cuentas somos hermanos y hermanas de la única y misma familia. ¿Cómo no sufrir?

Pero hay también un sufrimiento profundo y desgarrador en las personas de fe que proclaman que Dios es Padre y Madre de bondad y de amor. ¿Cómo seguir creyendo? Quejosos nos preguntamos: «Dios, ¿dónde estabas cuando se formó aquel temblor que diezmó a tus hijos e hijas más pobres y sufridos de todo Occidente? ¿Por qué no interviniste? ¿No eres el Creador de la Tierra con sus continentes y sus placas tectónicas? ¿No eres Padre y Madre de ternura, especialmente, de aquéllos que son como tu Hijo Jesús los injustamente crucificados de la historia? ¿Por qué?

Este silencio de Dios es aterrador, porque simplemente no tiene respuesta. Por más que genios como Job, Buda, San Agustín, Tomás de Aquino, Leibniz hayan diseñado argumentos para eximir a Dios y explicar el dolor, no por eso el dolor desaparece ni la tragedia deja de existir. La comprensión del dolor no elimina el dolor, del mismo modo que oír recetas de cocina no quita el hambre.

El mismo Jesús no estuvo exento de la angustia y el sufrimiento. Desde lo alto de la cruz lanzó un grito desgarrador al cielo, quejándose: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».
Damos la razón a Job, irritado con sus «amigos» que le querían explicar el sentido de su dolor: «Vosotros no sois más que charlatanes y falsos médicos: si al menos os callaseis, los hombres os tomarían por sabios». Pero no podemos callar. Hay demasiado dolor y la noche es tenebrosa. Necesitamos alguna luz.

Aun incluso sin luz, seguimos creyendo con el corazón partido, porque estamos convencidos de que el caos y la tragedia no pueden tener la última palabra. Dios es tan poderoso que puede sacar bien del mal, sólo que no sabemos cómo. Esperanzados, apostamos por esta posibilidad que no deja que nuestras lágrimas sean en vano. Creemos además que Dios puede ser aquello que no comprendemos. Por encima de la razón que quiere explicaciones, está el misterio que pide silencio y reverencia. Él esconde el sentido secreto de todos los eventos, también de los trágicos.

Me identifico con el poema de un gran argentino, Juan Gelman, que perdió un hijo durante la represión militar:

«Padre,
desde los cielos bájate, he olvidado
las oraciones que me enseñó la abuela,
pobrecita, ella reposa ahora,
no tiene que lavar, limpiar, no tiene que preocuparse andando el día por la ropa,
no tiene que velar la noche, pena y pena,
rezar, pedirte cosas, rezongarte dulcemente.

Desde los cielos bájate, si estás, bájate entonces,
que me muero de hambre en esta esquina,
que no sé de qué sirve haber nacido,
que me miro las manos rechazadas,
que no hay trabajo, no hay,
bájate un poco, contempla
esto que soy, este zapato roto,
esta angustia, este estómago vacío,
esta ciudad sin pan para mis dientes, la fiebre
cavándome la carne,
este dormir así,
bajo la lluvia, castigado por el frío, perseguido
te digo que no entiendo, Padre, bájate,
tócame el alma, mírame
el corazón,
yo no robé, no asesiné, fui niño
y en cambio me golpean y golpean,
te digo que no entiendo, Padre, bájate,
si estás, que busco
resignación en mí y no tengo y voy
a agarrarme la rabia y a afilarla
para pegar y voy
a gritar a sangre en cuello
por que no puedo más, tengo riñones
y soy un hombre,
bájate, ¿qué han hecho
de tu criatura, Padre?
¿un animal furioso
que mastica la piedra de la calle?»

Que el Padre baje sobre el pueblo haitiano con su amor.


Leonardo Boff

jueves, 18 de febrero de 2010

LA PARROQUIA, UNA RED DE COMUNIDADES ECLESIALES DE BASE (CEBs)

DIOS VIVE EN LA CIUDAD
Construyendo una red de comunidades
Boletín-1, Marzo de 2010


VER

Vivimos en una metrópoli en donde son cada vez más las personas confusas y alejadas de la Iglesia. A su vez, una metrópoli en donde se acrecienta la agresividad sobre todo con los más vulnerables, entre ellos las personas de la tercera edad y los niños.

Hoy, nos dice Aparecida, se sobrevalora al individuo, lo cual deja de lado la preocupación por el bien común para dar paso a la realización inmediata de los deseos individuales (Cf. AP 44). Esta cultura [del individualismo] se caracteriza por la autorreferencia del individuo, que conduce a la indiferencia por el otro, a quien no necesita ni del que tampoco se siente responsable. Se prefiere vivir día con día, sin programas a largo plazo ni apegos personales, familiares y comunitarios. Las relaciones humanas se consideran objetos de consumo, llevando a relaciones afectivas sin compromiso responsable y definitivo (Cf. AP 46).
¿Cómo hacerle para que nuestras parroquias sean casas de comunión y focos de evangelización que puedan vivir en misión permanente siendo portadores de la Buena Nueva del Reino de Jesucristo?

JUZGAR

El Plan Diocesano de Pastoral 2006-2010 mencionaba como indicador de logro, para asumir la espiritualidad de comunión (N° 311) y lograr salir al encuentro de los alejados y marginados para una transformación integral (N° 38), el “Incremento de grupos/ movimientos/ comunidades eclesiales de base como fruto de las misiones parroquiales: 10 % anual” (Nº 316)

Dios no quiso salvarnos aisladamente, sino formando un Pueblo [LG 9], / que sale al encuentro de los alejados y marginados. (Cf. AP 164.168)

El Mensaje Final de la V CELAM de Aparecida, en el n° 3, dice a la letra:
“Por eso, alentamos los esfuerzos que se hacen en las parroquias para ser “casa
y escuela de comunión” animando y formando pequeñas comunidades y
comunidades eclesiales de base, así como también en las asociaciones de laicos,
movimientos eclesiales y nuevas comunidades.”
ACTUAR

Siguiendo las recomendaciones del Plan Diocesano y el Mensaje Final de la V CELAM, parece conveniente seguir promoviendo las comunidades eclesiales de base en las parroquias.

En Monterrey empezaron a formarse algunas Comunidades Eclesiales de Base en 1979, inspirados sobre todo por la III CELAM celebrada en el año de 1979 en Puebla. En 1990 el Sr. Arzobispo D. Adolfo A. Suárez Rivera firmó el documento llamado “Reflexión Pastoral sobre las Comunidades Eclesiales de Base” para invitarnos a “despertar el conocimiento, la estima y el compromiso por este proyecto pastoral tanto entre los presbíteros como en los laicos.” (N° 7)

Las CEB no son un grupo ni movimiento ni ningún otro organismo eclesial, sino que son un nivel de Iglesia y un espacio en donde una pequeña comunidad –las familias- se reúnen en las casas de sus barrios para celebrar la pascua y reflexionar la Palabra de Dios y vivirla en su vida cotidiana a través de la comunión, la fraternidad y la solidaridad (Cf. Puebla 641; EN 58). Son Pequeñas Comunidades que intentan ser Pueblo de Dios en Misión, vinculadas orgánicamente a la parroquia y diócesis, en comunión con el párroco y el obispo. Le corresponde al párroco acompañarlas y, junto con ellas, decidir y ejecutar los programas pastorales.
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